Padres miedosos, niños asustados

Por Lic. Constanza Bonelli

El miedo es una emoción normal del ser humano en todas las etapas de la vida, y tiene la finalidad de protegernos frente a posibles peligros pero también puede volverse sintomático si es excesivo. 

Cuando existen miedos exagerados en los padres, lamentablemente, son transmitidos a los hijos de diferentes formas. Mediante la sobreprotección o la transmisión de desconfianza, que atenta fuertemente contra la construcción de una adecuada autoestima en los niños, volviéndolos más inseguros en la vida en general. 

Efectos

Los niños miedosos desarrollan una baja autoestima porque se perciben incapaces de enfrentarse adecuadamente a las situaciones de la vida. Si al educarlos les hacemos creer que existen amenazas en todos lados, para las cuales estamos indefensos, no los dejaremos desarrollar las herramientas necesarias para vivir enfrentando dificultades. 

Algo similar sucede en los hijos sobreprotegidos que por el cuidado excesivo y permanente, quedan inhabilitados para el desarrollo de las defensas necesarias para vivir adecuadamente. 

Claro que la vida presenta dificultades y riesgos, y que existen situaciones que nos ponen en peligro real. Para estas circunstancias será necesario contar con habilidades para actuar, decidiendo si conviene huir o enfrentar. Si los niños están debilitados no podrán defenderse de modo apropiado.

Tampoco es conveniente una conducta extrema de exposición de los hijos al peligro. Esto sería un descuido, una puesta en peligro que nada enseña. Se trata en realidad de encontrar la medida justa, el equilibrio justo entre proteger y enseñar. 

¿A qué se debe el miedo en los padres?

Los padres miedosos trasladan los miedos a sus hijos. Y estos miedos en los padres son resultado de vivencias infantiles que los han debilitado. Probablemente los padres han sido criados de un modo que no les dio ni seguridad ni la posibilidad de desarrollar una adecuada autoestima, que les permita autopercibirse como capacitados para enfrentar los temores de la vida.

También pudieron haber atravesado situaciones traumáticas de peligro real que hayan debilitado las herramientas para defenderse adecuadamente. Sin olvidar que lo mismo puede suceder frente a peligros irreales, fantaseados.

Los padres son las primeras figuras de referencia de los hijos. A partir de estos vínculos iniciales los niños absorben la información necesaria para vivir, tanto lo bueno como lo malo. Si queremos evitar transmitir nuestras inseguridades, es importante reconocer nuestros miedos y hacerlos conscientes, para poder repensarlos, elaborarlos o, aunque sea, nombrarlos.

Padres miedosos, Hijos asustados
Padres miedosos, Hijos asustados

Es importante no tener conductas que exageren supuestos riesgos que, incluso, podrían ser fantaseados. Como también identificar los miedos, ponerlos en palabras del modo más realista posible, evaluando nuestras capacidades de enfrentar ese peligro si es que existiese. Hablar de esto con los hijos incluso abre espacios de comunicación en los cuales ellos pueden expresar sus propios miedos y ansiedades. Es muy importante transmitirles que confiamos en ellos, que sabemos que tienen la capacidad para transitar situaciones difíciles aunque sientan miedo, y que estaremos presentes si necesitan nuestra ayuda.

Cómo podemos actuar frente a estas conductas

Cuidarlos implica poner todos los límites necesarios para el desarrollo, pero teniendo siempre presente que también debemos fomentar la autonomía para que puedan despegarse de los padres y constituirse como individuos independientes y responsables. 

Existe una serie de miedos considerados normales durante la etapa de crecimiento. En la primera infancia nos encontramos con la angustia del octavo mes, que se despierta cuando el bebé no encuentra la cara de su madre. Frente a cualquier persona que no sea ella puede angustiarse y llorar. Se trata de un temor por creer que la pierde porque aún no tiene desarrollada la permanencia de objeto, es decir, cree que si no la ve, ella deja de existir. 

De allí los miedos pasan a referirse a la angustia de separación, o al temor al abandono, una vez que entiende que su madre y él/ella no son la misma persona. También son normales los miedos a los animales, a la oscuridad, a monstruos o a cualquier otro ser imaginario, y cuando son más grandes, aparece el miedo a la muerte. En la adolescencia se suma el miedo a no ser aceptados por sus pares.

Acompañamiento de los adultos

En los adultos también encontramos una variedad de miedos de distinta gravedad. Existen miedos reales y fantaseados como en los niños, algunos que se transforman en fobias, otros en hipocondría, otros en miedo crónico que acompaña cualquier situación de la vida y los tan conocidos ataques de pánico, que son la expresión más grande del miedo. En muchas ocasiones se requerirá de ayuda terapéutica para aliviarlos. 

El ritmo y el estilo de vida en la actualidad van de la mano de un incremento en los índices de síntomas asociados al miedo. Si bien hace ya muchos años Freud colocaba al miedo como uno de los núcleos de la neurosis, es evidente un crecimiento de la sintomatología asociada al miedo. Desde un modo de vida cotidiano que lleva a estar en un alerta permanente por posibles amenazas reales, como los hechos de inseguridad, las dificultades económicas, una incertidumbre sobre nuestras posibilidades actuales y a futuro, hasta una creciente sensación de miedo que tiene que ver más con aspectos inconscientes del individuo que tocan el borde extremo en los tan conocidos y cada vez más presentes “ataques de pánico”.

 Lic. en Psicología UBA Psicoanalista APA Mat.:31906                                  licbonelli@gmail.com / Ig: lic.constanzabonelli Cel.:156-272-2973

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