EL JUEGO

EL JUEGO

Por Lic. Constanza Bonelli

Desde el psicoanálisis podemos definir al juego como un logro cultural del niño, como una función catártica que permite la descarga de ciertas emociones, como la posibilidad de la renuncia instintiva de ciertas mociones pulsionales que encuentran el camino de la sublimación, como el nacimiento de la fantasía, como una repetición simbolizante o una compulsión a la repetición, o como el inicio de la capacidad creativa. 

El juego
El juego

El juego que permite la simbolización es sinónimo de salud psíquica. Cuando presenta características estereotipadas o compulsivas, se evidencian rasgos de patología. En la clínica se utiliza el juego de los niños como equivalente del lenguaje del adulto. En el marco de la sesión se despliega el juego en la relación terapéutica y en él se trabajará la problemática del paciente.

Melanie Klein, psicoanalista austriacobritánica que hizo importantes contribuciones al desarrollo del psicoanálisis,  fue pionera en utilizar el juego como técnica de trabajo en el psicoanálisis infantil, considerándolo como una vía privilegiada al inconsciente. D. Winnicott, psiquiatra y psicoanalista inglés, considera al juego como una actividad creadora y del orden cultural que le permite al niño expresarse. Y cuando esto no sucede es un síntoma para trabajar. 

S. Freud, padre del psicoanálisis, considera el juego como medio para expresar necesidades, liberar emociones reprimidas, expresar impulsos sociales no aceptables, desarrollar la fantasía y la capacidad creativa, así como una acción que permite transformar en lo contrario situaciones dolorosas que se viven de modo pasivo, representandolas ubicándose en el lugar activo. En el juego, según Freud, se pone en escena la respuesta del sujeto ante la angustia que despierta la relación con el otro.   

El juego está sujeto a reglas, tanto los juegos deportivos como los imaginativos. En los primeros resultan obvias y en los segundos no, pero existen. Siempre estará establecido lo que vale y lo que no, y quien quiera jugar deberá aceptarlas. El juego así es a la vez libre y reglado, y su resultado es siempre incierto. 

Se trata de un espacio, en el aquí y ahora, en el que el niño puede entrar y salir cuando quiera. Su fin es el juego mismo, una actividad improductiva y desinteresada. Quien juega sabe que se encuentra en otro lugar, un espacio imaginario creado para tal fin. Un fin satisfactorio, asociado a la diversión. El juego es para el niño lo que la fantasía es para el adulto. El lenguaje de los juegos es como el lenguaje de los sueños, expresiones del inconsciente, y el modo de interpretarlos en el trabajo analítico es similar. 

 El juego tiene gran importancia en el aprendizaje del niño. El niño al jugar va incorporando el entorno a su psiquismo a la vez que puede ir insertándose él en su entorno. Así se expresa, elabora situaciones, aprehende un modo de ser en el mundo. Si esto no sucede o lo hace de modo inadecuado, es señal de existencia de conflictos en la subjetivación, es decir, en la construcción del psiquismo. 

El niño que juega se comporta como el poeta, crea un mundo que considera seriamente, se siente íntimamente ligado a él, a la vez que entiende que se diferencia de la realidad. De esta irrealidad del juego y de la obra poética se desprende la posibilidad de la producción de placer, sobre todo desde la escenificación de emociones penosas en sí mismas que pueden ser transformadas evocando gratificación tanto en el niño como en el lector. Según Freud, el poeta, a través del placer preliminar, del placer estético, consigue que el espectador pueda disfrutar de las fantasías que de otro modo le resultarían inadmisibles. Y el espectador, ahora adulto que ha dejado de jugar por las exigencias culturales y evolutivas, encuentra en la obra artística lo que antes encontraba en su juego infantil.   

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Asociación Psicoanalítica Argentina
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