“Escuchar la carcajada de un niño es tocar el cielo con las manos”

“Escuchar la carcajada de un niño es tocar el cielo con las manos”El humor y la música siempre estuvieron presentes en su vida. Pero llegó un día en que tuvo que unirlas para empezar a construir un futuro. Su verdadero nombre es Fabián Alberto Gómez, pero nadie sabe qué cara tiene este cordobés de Deán Funes, de un poco más de cincuenta años, porque desde que empezó a ejercer como Piñón Fijo, siempre se mostró con su máscara de payaso, aunque no le gusta definirse como tal. Él asegura que lucir en público con su rostro pintado de blanco y un enorme corazón rojo, es parte de la “magia” que logró seducir a los bajitos, que lo siguen y cantan sus canciones desde hace unos 28 años, como el «Nene deja el chupete», «Por una ventanita» o «Basta de mamadera”.

“Escuchar la carcajada de un niño es tocar el cielo con las manos”Muchos de los que lo vieron de niños, hoy son papás que llevan a sus hijos a su shows. En este momento, vive una gran felicidad con la llegada de su nieta Luna y con el reconocimiento obtenido con trabajo, dedicación y, sobre todo, respeto por los chicos. En una charla distendida hablamos con él sobre el “abuelazgo”, lo que le dio esta profesión y lo que espera que los adultos hagan por los niños.

-¿Cuándo eras chico en el colegio te destacabas por hacer reír? 

-En la escuela creo que sí, pero no sé si el resto me percibía como gracioso, mis pobres maestras más que nada. En mi casa sí causaba gracia, era el menor de la familia y estaba mimetizado con Pepe Biondi, Carlitos Balá y los Tres Chiflados.

 

-¿Cuándo decidiste ser payaso, y cómo te preparaste?

-Creo que primero me prepare y luego me decidí. Cuando era adolescente había asistido a talleres de pantomima y la música siempre estuvo presente. Me gustaba tocar la guitarra y cantar, pero con eso no alcanza para ser un payaso. Cuando fui papá joven de mis niños y en una de las tantas crisis que asfixiaban a nuestro país, apelé a lo que más o menos sabía y me gustaba hacer, y así nació mi personaje. Un poco de mimo, juglar, clown y alguna otra cosita. Pero, por respeto a los verdaderos payasos, no me consideraría como tal.

 

-¿Cuál es la diferencia entre un cómico y un payaso?

-Yo creo que el payaso, más precisamente el “tony”, es el que conoce todas las actividades circenses y luego las desmenuza con humor y absurdo. Cómico creería que es un titulo más general, que abarca a actores, monologuistas, payasos, titiriteros, mimos y una larga lista de actividades.


-¿Es verdad o mito no poder estar triste en público siendo payaso?  

-Existe un mito con ese tema, el payaso que ríe por fuera y llora por dentro. Yo voy a hablar de mi caso, obviamente, que algunas veces me atravesó una tristeza a la hora de subir a un escenario (una pérdida familiar, una enfermedad) pero lejos de sentirlo como un peso, fue como un bálsamo, calculo que habrá sido por la caricia de la infancia, que todo lo puede.

 

-¿En qué te inspirás para escribir tus canciones? 

-En cosas variadas, alguna sugerencia de mi público, alguna nueva lección de música o poesía que pueda capitalizar, alguna escena que pueda contemplar, la naturaleza y últimamente la mirada de mi nieta Luna.

-¿Cuál es la alegría más grande que te dio ser payaso? 

-Todo el tiempo me suceden cosas hermosas: escuchar la carcajada espontánea de un ser, de un niño, para mí es tocar el cielo con las manos. Ver a un adulto transformar su gesto en algo infantil me parece un milagro fuera de serie. Me siento un privilegiado de poder vivir y darme cuenta de eso, durante tantos años.

-¿Cómo pensás que fue ser hijo de Piñón Fijo? Debe haber ayudado estar protegido por la cara de Piñón, eso hacía que puedas ser un padre común, ir tranquilo al colegio, a las reuniones, sin que te quieran saludar todos los chicos. ¿Podían hacer salidas en familia sin que se te acerquen miles de niños?

-Tendría que preguntarle a mi hija, pero siempre llevamos mi vocación como algo muy natural en casa. Mis hijos crecieron con ese paisaje cotidiano de tener un papá que se dedicaba a actuar y cantar, ellos mismos se encargaban de explicarles a sus amigos de qué se trataba todo esto.

 

-Muchos buscan ser famoso, vos querías el anonimato…

-El supuesto beneficio que me da el anonimato no lo busqué previamente a que mi personaje se haga conocido, fue una decisión intuitiva de los primeros días, y después me fui acomodando a como se presentó la vida.

-¿Cómo te sentís con el abuelazgo? 

-Me siento en estado de gracia constante. Mi abuelazgo terminó de ubicarme en el tiempo y espacio, siempre tuve mucha admiración por la niñez. En este caso, con mi nieta Luna, tengo sensaciones variadas, primero el amor incondicional a ese ser maravilloso. Y, a veces, ese amor me ubica en un túnel del tiempo, contemplar a mis viejos cuando nacieron mis hijos, ponerme en sus zapatos, mirar para atrás, para adelante… ¡Me estalla el corazón y el cerebro! Es difícil de explicar, pero me pasa algo parecido a eso.

-¿Cuál es el mensaje más importante que querrías dejarle a los niños del mundo?

-En realidad, es un mensaje para nosotros, los adultos. Que intentemos hacer algo por la niñez, no sólo de nuestros hijos y nietos, ¡por la infancia toda! Sembremos adultos solidarios, generosos, amados, bien alimentados en todos los sentidos, porque creo, sin miedo a sonar apocalíptico, que el futuro del planeta está en riesgo. De nuestros niños saldrán los políticos, científicos, trabajadores, educadores que pueden torcer el rumbo de este mundo.

Por Nazarena Bredeston

 

En el mes de los niños, el cordobés que hace feliz a miles de chicos de la Argentina, nos cuenta cómo decidió dedicarse esta profesión, por qué no se considera “payaso”, y la felicidad que le dio ser abuelo.

“Escuchar la carcajada de un niño es tocar el cielo con las manos”

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