Ciudad de fácil andar, de trato ameno y de estratégico diseño, Ámsterdam suele estar incluida más de una vez en las actuales ofertas de dos o tres destinos a precios de uno. Las compañías aéreas encontraron en estos combos un gancho perfecto para los turistas ávidos de nuevos destinos, pero de presupuesto algo estrecho, y es por ello que una escala de día y medio, o a lo sumo dos, en la capital de Holanda se volvió moneda corriente. Una oferta imposible de rechazar. Con una amplia red de transporte público, incluyendo ferry para ir un poco más allá de la cuadrícula del centro y los lugares típicos, las bicicletas fueron ganando la calle al punto de invadir veredas, paseos peatonales y cualquier elemento callejero que pueda servir de amarre en las puertas de trabajos, hogares, bares y cafeterías. Uno tiene el concepto de “Ámsterdam = muuuchas bicis”, pero hasta que no lo vive en carne propia -al punto de poder ser arrollado varias veces por ellas-, no sabe cuántas U debería agregarle a ese “muchas” cuando luego cuente la anécdota a familiares y amigos.
Día 1
Bajo la modalidad couchsurfing hospedándonos en la casa de Floris, partimos desde el Sarphatipark para llegar hasta el Albert Cuypmarkt a unas pocas cuadras. Mercado de lo más variado, es imposible no tentarse con la amplia variedad de quesos, conservas y panificados. Además, hay puestos de flores, ropa, artesanías y hasta productos de belleza y cosméticos a precios promocionales que pueden llegar hasta el 50% en comparación con su valor en supermercados. Sea a pie, o prendiéndose a la costumbre de la bici como eterna compañera, el Heineken Experience está allí nomás, con diversas propuestas de recorridas y tours que indefectiblemente terminan con una cerveza helada en la barra de la fábrica. Siguiendo el curso del Singelgracht se llega al Rijksmuseum, en cuyos cuatro niveles tiene obras que van desde el 1100 hasta el año 2000, más una sala de colecciones especiales y temporales en la planta baja. Por allí desfilan “La novia judía” de Rembrandt, prendas de Yves Saint Laurent, art nouveau, “La lechera” de Vermeer y modelos de barcos en diversas escalas. Saliendo por el lado contrario se alza una de la famosas postales de la ciudad, el cartel I Amsterdam. Intentar tener todas las letras para uno solo es una misión prácticamente imposible, aunque puede intentarlo. Conocida como la zona de los museos, además del mencionado se encuentran a tiro de piedra el Museo de los Diamantes, Moco Museum (al momento de este viaje había exhibiciones de Bansky y de Warhol), el Stedelijk Museum, House of Bols Cocktail & Genever Experience para degustar buenos tragos, y la figurita más buscada e imperdible: Van Gogh Museum. Decir que es uno de los más concurridos no representa hallazgo alguno, pero sí el hecho de que las entradas pueden comprarse con bastante anticipación vía web y al momento del ingreso (con horario estipulado en www.vangoghmuseum.com) sólo debe mostrar la pantalla de su celular desde donde escanearán el código de acceso. No está permitido tomar fotos dentro de las salas, salvo en los lugares indicados para tal fin, y la conexión wi-fi es gratuita para todo aquel ansioso que quiera ir compartiendo su experiencia en redes sociales en tiempo real. Entre el edificio principal y el ala de exposiciones, conectados por el subsuelo, se encuentran los autorretratos del pintor, su periodo floreciente, sus cartas, la relación con su familia y la cronología de obras que van de 1883 hasta 1890. En el acceso al museo y justo por donde debía hacerse la fila para marcar las entradas, debido al gay parade que estaba teniendo lugar en varias ciudades europeas en ese momento, había una obra temporal en tres dimensiones recreando las famosas lozas amarillas de la historia de El Mago de Oz. Por último, al final del parque Museumplein se encuentra Concertgebouw: gracias a su excelente acústica los especialistas en música la consideran una de las tres mejores salas de conciertos de todo el mundo.
Volviendo a Stadhouderskade o haciendo unas tres cuadras largas por Const. Huygensstraat se accede al Vondelpark, otro de los oasis en medio de la ciudad con paseos peatonales y bicisendas, puentecitos que conducen a jardines escondidos, lagos, estatuas, bancos para hacer un alto en el día y algunas opciones gastronómicas. Está a pasos del Hard Rock Café (por si su recreo consiste en unos buenos nachos con tragos de colores) y del Holland Casino. Tras un picnic por esta zona y un paso fugaz por el banco donde los protagonistas de la taquillera película “Bajo la misma estrella” se juran amor eterno (la dirección es Leidsegracht 4, suele estar lleno de chicas fans de la historia de Hazel y Gus sacándose fotos con el banco de repuesto ya que el original fue robado hace un par de años) se puede llegar hasta la iglesia Westerkerk para tener una de las mejores vistas de Ámsterdam desde su torre de 85 metros. La subida se hace en grupos de seis personas, se recomienda realizar la reserva de manera previa -en especial en temporada alta- e incluye una guía en inglés. En su explanada frente al canal Keizersgracht está emplazado el Homomonument: tres triángulos rosa pálido que conmemoran a todas las personas de la comunidad LGBTI que sufrieron persecuciones, ataques y asesinatos por su orientación sexual. Algo que recobró fuerza semanas atrás con la campaña de fotos que invadió las redes sociales con hombres tomados de las manos en repudio a la agresión de una pareja de adolescentes que fue atacada a la salida de un boliche por ir demostrando su amor en público.
Día 2
La Casa Museo de Ana Frank tal vez sea uno de los sitios más visitados de toda Europa, sumado al hecho que el espacio es reducido y que los grupos ingresan en pequeñísima escala, en pleno verano las colas pueden llegar a extenderse por varias cuadras y demorar más de dos horas. Si es previsor, puede reservarlas por internet con día y horario específico. Si no, la paciencia y un almuerzo al aire libre avanzando pasito a paso será la previa de esta recorrida que incluye salas interactivas y el recorrido por la parte delantera de la casa y el sector que servía como refugio de Ana, sus padres Otto y Edith, su hermana Margot y los amigos de la familia Herman, Auguste y Peter Van Pels, y Fritz Pfeffer. Cada uno de estos últimos aparecía con seudónimo dentro del diario que Ana fue escribiendo en su escondite del régimen nazi. Acceder a través de la puerta trampa detrás de la biblioteca, caminar esos pasillos mínimos, ver los collages de revistas que aún se conservan detrás de vidrios de protección e ir desgranando la historia de sus protectores (Miep Gies-Santrouschitz, Johannes Kleiman, Victor Kugler y Bep Voskuijl) hasta el trágico final de toda la familia y la vuelta al hogar de Otto para reencontrarse con el diario de su hija, es una experiencia que por momentos se vive conteniendo la respiración. Dividido en 19 partes, el tour incluye los almacenes, las oficinas, el depósito, el escondite al que se mudaron los Frank el lunes 6 de julio de 1942 para escapar de una muerte segura, sus habitaciones, el baño, la cocina y dos salas dedicadas al libro de Ana y al holocausto. En agosto de 1944 el servicio de seguridad alemán encontró a los escondidos y aún hay muchas teorías sobre quién pudo haber sido el entregador, o incluso se habla de que jamás existió uno. Muchas investigaciones se llevaron a cabo después de la guerra y aún se conserva la duda. En septiembre de 1944 todos fueron trasladados a Auschwitz y sólo Otto sobreviviría al campo de exterminio. “Se lo que quiero, tengo una meta, una opinión formada, una religión y un amor”, dice Ana en uno de los tantos textuales que pueden leerse durante el recorrido.
Cruzando tres canales y a cuatro cuadras de distancia, se llega a la plaza principal en Dam, custodiada por el Palacio Real de Ámsterdam, el Museo de Madam Tussauds y el Monumento Nacional, todo en una vista de 360 grados en la que pueden divisarse artistas callejeros y mujeres en topless haciendo body painting en medio de la calle. Pedaleando apenas un poco más, se visita el Museo Rembrandt, clásico que quedó para una próxima visita.
Hay igualmente una serie de paseos poco tradicionales para apuntar en el itinerario: el museo del preservativo en el que están prohibidas las fotos y recorre su historia y las decenas y decenas de variantes que existen para llevar de souvenir hot; los secretos de la zona roja en el museo de la prostitución (algo que suena anticuado y totalmente chocante para quienes aspiramos a la no cosificación de la mujer y a ser exhibidas como meros objetos sexuales en deplorables vitrinas con luces de neón); y el Museo Nemo de ciencias naturales con su interminable escalera para tener una de las mejores panorámicas del puerto y descansar alrededor de experimentos que tienen al agua y al viento como elementos centrales.
Bajando por el ascensor que nos deja en el hall del edificio, se caminan algunos metros hasta la estación Amsterdam Centraal para descubrir una de la perlitas ocultas de la ciudad. Desde allí parten los ferries gratuitos durante todo el día, y hasta entrada la madrugada en jornadas especiales, para llegar a N.D.S.M., una zona de ex astilleros y antiguo predio industrial reconvertido en bares que mezclan containers y estructuras recicladas, galpones con oficinas de artistas, y zonas de remolque utilizadas para festivales de música electrónica rodeados de grafitis y de expresiones post sistema capitalista. La mejor manera de concluir una escala de menos de dos días en los Países Bajos tomando una cerveza con el skyline de Ámsterdam de fondo.
Recuadro: Cuando la realidad le gana a la ficción
La película basada en el diario de Ana Frank tuvo 8 nominaciones a los premios Oscar. Durante el rodaje, la actriz Shelley Winters le prometió al padre de Ana que si ganaba la estatuilla por esa cinta, la donaría para el museo. Y así es como el Premio de la Academia a la mejor actriz de reparto de 1959 llegó hasta esta vitrina en Ámsterdam.
Por Damián Serviddio
Fotos de Marcos Mutuverría