Soledad en los niños y jóvenes

Soledad en los niños y jóvenes

Vale la pena recordar en torno a la salud del niño algunos conceptos que, aunque a veces se los de por sabidos, suelen ser muchas veces olvidados o bien postergados o minimizados. Me refiero a la presencia afectiva, la protección aseguradora y la oferta indispensable que le permite sentirse alguien y construir su identidad. O sea patentizar su potencial amoroso y anticipar las pautas que posibilitan la vivencia de pertenencia, estabilidad y la curiosidad y las ganas de transitar creativamente el presente.

Esto que parece tan obvio brilla muchas veces por su precariedad. Una de las primeras consecuencias es la soledad que observamos en tantos chicos y jóvenes. ¿Qué quiere decir, de qué se trata y que provoca este sentirse solo? Significa mucho. Ante todo (aunque no lo puedan o sepan expresar conscientemente) un sentimiento que de acuerdo a su intensidad será experimentado como inseguridad, desconcierto, falta de referentes o crudo desamparo.

Tiene similitudes evidentes con el sentimiento de abandono. Los síntomas más frecuentes son el miedo, las inhibiciones, la tristeza y la recurrencia de enfermedades diversas. Otras veces observamos las conocidas rabietas y las rebeldías que así como los enojos son la forma en que se manifiesta ese reclamo básico que pretende ser registrado.

En los adolescentes, la palidez del compromiso adulto, la insuficiencia de los límites necesarios y la negación por parte de los padres de lo que ocurre  provocan efectos lamentables y luctuosos. Quiero mencionar algunos comportamientos que por su insistencia e intensidad adquieren una inusitada gravedad:

1) La agresión de la que los protagonistas son víctimas y victimarios

2) un descontrol que priva de la capacidad de preservarse y elegir, poniendo sobre la escena el circuito trágico de la droga. Este se mueve a sus anchas, con su efecto disolutorio y tanático.
3) El otro invitado es el exceso, que implica paradojalmente falta de apoyo y sostén y la presencia de estímulos que al devenir inelaborables perduran como núcleos traumáticos. 4) Por último, la desesperación que dispara angustia y desolación.

La soledad es vacío doloroso, vínculos inconsistentes que impiden sentirse sanamente querido y valorado (formación de la autoestima) y contenido en un ámbito inclusivo. A veces se disfraza de indiferencia y cuando recurre a soluciones mágicas para superar la crisis conduce por el contrario a facilitar múltiples patologías. Quiero señalar que esta trama conflictiva la sufren con mayor o menor conciencia todo el grupo familiar y exige nuestra asistencia.

Un esfuerzo múltiple y sinérgico que trabaja esta temática desde distintos ángulo está aún pendiente. La enseñanza, la orientación adecuada de la familia, la sinergia planificada con el ámbito educativo y el apoyo terapéutico cuando las condiciones lo exigen han demostrado promover cambios significativos. Llegó la hora de actuar.

Dr. José Eduardo Abadi

Medico-Psiquiatra-Psicoanalista

jeabadi@gmail.com

www.joseeduardoabadi.com.ar

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