¿Qué quiere el hombre?

¿Qué quiere el hombre?

Por Lic. Constanza Bonelli

Una pregunta muy escuchada en la formación de psicoanálisis es ¿qué quieren las mujeres?. Es una pregunta acerca del enigma del deseo femenino. Pero podemos preguntarnos también acerca de lo que los hombres quieren.

¿Qué quiere el hombre?
¿Qué quiere el hombre?

Las subjetividades se constituyen en relación a representaciones que existen en la sociedad, y el psiquismo de cada sujeto será determinado por el sufrimiento que ocasione dicha construcción. Lo histórico, lo político y lo social, en su diferenciación de géneros y en la distribución de roles y de poder, son fundamentales en la organización psíquica que cada uno realice, tanto hombres como mujeres.

El campo simbólico en el cual es introducido el infante no es universal. Se trata de una construcción histórica solidaria de las formas tradicionales del dominio de cada género. En el patriarcado occidental, la función simbólica queda bajo el dominio masculino. Es así que el fin de un padre es transmitir la cultura, es decir, ingresar a los niños en las leyes que nos permiten vivir en sociedad. Claro que estamos hablando principalmente de funciones y no de sujetos, pero el universo masculino está impregnado de esta función.

Pensar los malestares de la época en los hombres implica considerar esta cuestión de roles tan definidos y diferenciados. A ellos se los ha impregnado desde el inicio con un histórico social patriarcal en el cual sus semejantes son otros hombres dejando por fuera de esa posibilidad a la mujer. Esto genera estilos específicos de circulación libidinal y constitución del narcisismo, y obtura la empatía y que puedan identificarse con las mujeres. Estoy hablando de la masculinidad en su versión más tradicional y vale aclarar que en la actualidad más reciente esto está siendo fuertemente cuestionado. Los hombres de hoy, los más jóvenes, tienen la posibilidad de desarrollar identidades que consideran a la mujer de un modo más adecuado, lo que es beneficioso para ambos géneros y para toda la sociedad.

Los cambios de esta época implican transformaciones antropológicas, incluídas las relaciones de poder entre los géneros en la vida cotidiana, que traen libertades, sufrimientos y nuevos placeres. Estas modificaciones son significativas, a tal punto que hoy ya no sólo se habla de dos sino que existe una variedad de géneros. 

La masculinidad tradicional basada en la ley del más fuerte del reino animal, tras la caída del monopolio masculino en cuanto a dominación del sexo opuesto, se incomoda de modo tal que experimenta sufrimiento psíquico por haber quedado incumplida la promesa inicial de poder. Sin embargo, en el consultorio observamos que no se trata de un hombre sino que hay hombres en plural, con padecimientos singulares. El corrimiento de la idea de “hombre monopolio” habilita las singularidades.  

En este hombre de privilegios lo que sobresale como deseo es la búsqueda del poder encarnada en triunfar sobre sus pares, otros hombres, menospreciando al universo femenino. En esta competencia masculina por ser el más fuerte se instituye el narcisismo. En esta era caracterizada por el consumo, el narcisismo será alimentado con la adquisición de objetos. 

En la colectividad masculina patriarcal la identidad personal queda confundida con la identidad corporativa de género masculino. Y como todo sentido de pertenencia a un grupo hegemónico y privilegiado, determinará las conductas que cada participante realizará. La dificultad más importante será la cuestión de poder individualizarse y comprender los actos en la singularidad, responsabilizándose de los mismos sin el apoyo en el colectivo. 

Para la masculinidad tradicional, lo femenino, lo viejo, lo infantil y lo gay es lo abyecto, lo que hay que desestimar como desecho. Pareciera que en estos varones la feminidad es temida y atacada. Rebajada a status de  objeto del cual servirse. No pueden reconocer a las mujeres en el campo del semejante, como sujetos con quienes tener una actitud ética. De aquí parte la violencia de género en todas sus versiones y delata el temor que estos hombres tienen a una “venganza”, a una retaliación de parte de ellas por no ser consideradas semejantes sino subalternas. 

Hombres en un claro discurso de “vestuario de varones” o de “club de caballeros” según lo localicemos, que no pueden ver a la mujer como una totalidad que abarca distintas formas, sino que la disocian en la madre o la prostituta y de allí las características de los modos en los cuales se relacionan con ellas. Dificultades claras a la hora de comprender  a sus pares femeninas, sobre todo cuando eligen una pareja a quienes quieren amar como madres de sus hijos pero también erotizar como objetos de amor. 

Esta versión hegemónica representa al padre de la horda primitiva que de modo violento y autoritario se erigía como el único con capacidad para gozar de hombres y mujeres que estaban por debajo de él. 

Afortunadamente, ésto está cambiando y se instauran nuevos modos de gozar y padecer. Claro que como todo cambio llevará mucho tiempo para que se generalice y se construya una nueva masculinidad. Los jóvenes de hoy consideran las identidades de género de un modo muy diferente al tradicional, al punto que la lucha de la mujer por un lugar par con el hombre perdería el sentido inicial, ya que ni siquiera se trata hoy sólo de dos opciones, de diferencias de género binarias, hombre y mujer, sino que se están construyendo identidades de modo fluido como nuevas alternativas además de las iniciales. Esto conlleva inevitablemente una reestructuración de la organización psíquica y de las consecuentes conductas.  

Si la pregunta acerca de ¿qué quiere un hombre? encontraba algunas respuestas en el paradigma tradicional, sin dudas no serán las mismas que surgirán frente a las nuevas masculinidades, que contemplan a la mujer como semejante. Así, ellos podrán organizarse psíquicamente con tramas más elaboradas y saludables, y quedarán dispuestos a relacionarse con una mujer que abarque sus distintas versiones y que no sea necesario rebajarla al lugar de subalterna para cuidar la autoestima endeble de los hombres arcaicos. Así, desde el amor, se habilita un nuevo encuentro entre los sujetos más allá de sus identidades.

El hombre actual quiere un rol menos rígido que lo habilite a una experiencia de vida más libre, que no lo prive de cuestiones que hasta ahora no podía realizar ni que lo sobrecargue de una función estereotipada. Considera a sus pares desde una autoconfianza más fuerte, sin necesidad de rebajar a sus semejantes y se muestra más sensible. Es decir, se habilita como sujeto de deseo, singular. 

 Lic. en Psicología UBA
Psicoanalista APA
Mat.: 31906
licbonelli@gmail.com / Ig: lic.constanzabonelli
Cel.:156-272-2973

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