El complejo fraterno
Por Lic. Constanza Bonelli
“Los hermanos sean unidos. Porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera. En cualquier tiempo que sea. Porque si entre ellos pelean. Los devoran los de afuera”. Uno de los pasajes más importantes del poema nacional argentino Martín Fierro (1872), escrito por José Hernández, que expone una conclusión Lacaniana de la obra freudiana Tótem y tabú (1913).
Frente al padre de la horda primitiva (Tótem y tabú), los hermanos se unen para matarlo. Así se ubican como hermanos e hijos del todopoderoso muerto, en una idea clara de fraternidad, de unión, de empatía y cuidado mutuo, de amor. Al matarlo introyectan la ley del padre, que es la prohibición del incesto y del parricidio. Pero también este padre primordial ahora muerto, por un lado es privador, pero por otro transmisor de una versión singular de goce.
Relación entre hermanos:
La relación entre hermanos ha sido siempre de gran interés para el psicoanálisis, tanto en la teoría como en el trabajo en la clínica. La función del hermano radica en asumir el rol del competidor, en principio frente al amor de los padres, por lo cual surgirán celos y rivalidad, y luego se trasladará a la relación con los semejantes y a la vida en general.
El complejo fraterno según Freud, es un conjunto de deseos amorosos y hostiles que el niño experimenta en relación a sus hermanos. Pero también lo experimentan quienes son hijos únicos ya que se trata de algo universal. Este complejo no se reduce a una situación real sino que trasciende la vivencia singular. Encontramos cuatro funciones principales en cuanto a la organización del psiquismo: sustitutiva, defensiva, elaborativa y estructurante.
Se presenta en su función sustitutiva como una alternativa para compensar y reemplazar funciones parentales fallidas. De este modo también puede operar de modo que permite elaborar el narcisismo y el Complejo de Edipo. Además funciona como defensa contra la angustia y las ansiedades relacionadas a los vínculos primarios, con la madre y el padre del niño, desplazados hacia las figuras de sus hermanos. Por ejemplo, el hermanito varón menor puede tomar como objeto de amor a su hermana mayor en sustitución de su madre.
En muchas ocasiones son los padres los que provocan falsos enlaces entre los distintos complejos, Edipo y fraterno, promoviendo competencias hostiles entre los hijos. Así habilitan respuestas de celos y envidia en lugar de promover lazos solidarios de confraternidad. Si los niños quedan fijados a traumas fraternos, no lograrán una adecuada superación de la conflictiva edípica y permanecerán en una atormentada rivalidad hacia sus semejantes, que incluso puede relacionarse a conflictos mayores en cuanto a sentimientos de culpa conscientes e inconscientes que podrán entorpecer un buen desarrollo.
En cuanto a los celos y a la envidia que encontramos en el complejo fraterno y en la relación del individuo con sus semejantes, podemos diferenciarlas. La envidia se relaciona más con la mirada y es, según Lacan, una “mirada amarga”, una mirada envenenada, que no se vincula con el deseo ni el objeto del competidor como es el caso de los celos, sino que se activa cuando el que envidia se siente privado del goce que ve en su rival.
El complejo fraterno tiene una característica que podríamos pensar como “unión contra otros”, como una función de separación del resto uniendo a los hermanos en complicidad, pero en un aspecto más primitivo sería la complicidad por el asesinato del padre de la horda.
Si bien se trata de un complejo universal por el que todo individuo pasará, y la rivalidad con celos y envidia siempre existirán, toda experiencia que facilite la cara solidaria de la fraternidad permitirá el desarrollo de habilidades sociales más saludables que permitirán que las sociedades funcionen de modo más sano, en una confraternidad que tomará en cuenta de modo empático a sus semejantes.
Lic. en Psicología. Psicoanalista
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