La adversidad no es fracaso

ABADI1En esta vida compleja, estimulante y desafiante a la vez, lo que da sentido a un sujeto en el recorrido de su itinerario vital es la capacidad de proyectar, crear, y convertir deseos en logros. En último término, de eso se trata, aunque parezca un título sobredimensionado, tener interés y amor por el mundo y los semejantes.

El poner en marcha esta potencialidad a través de iniciativas implica legitimar la sana ambición, la imaginación (don privilegiado del ser humano), superar la supuesta zona de confort, teniendo claro que lo nuevo, o sea el futuro, no es sinónimo de peligro y subrayando que salir para descubrir y cambiar no es equivalente a soledad y desamparo.

Pero si esto es así, surge inmediatamente una pregunta: ¿qué es lo que impide a tanta gente superar los saberes congelados, repetir lo ya conocido, elegir la dependencia, o el piloto automático hasta llegar al aburrimiento?

Quiero proponerles una respuesta, que obviamente no es la única pero sí que he corroborado como muy significativa. Se trata de vivir la adversidad y sus derivados como el contratiempo, o el error o aquello que finalmente no logró concretarse según lo esperado como un fracaso. Naturalmente con toda la carga emotiva que tiene esa palabra y en consecuencia con la angustia que provoca.

¿Cuál es el significado que se le otorga a aquel que la convierte en semejante amenaza?

Ante todo una herida importante a la autoestima que como la psicología nos ha enseñado conduce a la autodesvalorización y la depresión subsiguiente. Aparece una vivencia de impotencia de inutilidad y de pesimismo. Implica en palabras cotidianas nada menos que no sentirse querido, valorado, y convocado sino por el contrario abandonado y humillado. Por supuesto, una escena sombría.

En estas condiciones cualquier alternativa de cambio o transformación va a ser rápidamente condenada, algunas veces de un modo consciente y otras veces detrás del disfraz del desinterés, el desgano o, como es frecuente, calificándola de inoportuno o imprudente.

Ahora bien, si un individuo se fija de entrada el logro absoluto de una iniciativa para no calificar a su intento de fracaso va a preferir desistirlo o si en cambio finalmente lo hace va a estar claramente apremiado por una exigencia desmedida que hará estallar una invasión de angustia perturbadora y distorsionadora desde todo punto de vista de la experiencia.

Que importante es desprenderse de esa lógica extrema, el famoso todo o nada, para comprender que la adversidad definitivamente no es un acontecimiento ni único ni irreversible. Que por el contrario es un ensayo, aprendizaje (¿no se aprende acaso del error?), una de las escalas en el camino, un acercamiento transitoriamente incompleto de alcanzar aquello buscado.

¿No son acaso los infortunios etapas útiles para poder concretar lo anhelado?

Pero hay que tener en claro que la exigencia imposible y la pretensión de perfección conspiran fuertemente contra la confianza en uno mismo, no permitiendo pedir (verbo privilegiado) olvidando el temple y la humildad que este conlleva e instalando referentes comparativos idealizados que no resistirían una observación objetiva.

En los equipos de trabajo estos conceptos no sólo deben estar presentes sino que deben ser trabajados con distintas estrategias y en forma adecuada.

Internalizar la adversidad como una vicisitud más, que no debe concluir en el lamento o el autoreproche sino intentar sacar provecho de ella, es lo que permite tomar riesgos (diferenciar de peligros) ser valiente y no temerario y tejer lazos que favorecen la labor conjunta, en equipo.

La educación en su sentido más amplio y a todos los niveles debe ocuparse enfáticamente de esta temática.

La aceptación de la propia vulnerabilidad genera una tolerancia sana con el otro, tan distinta a la perniciosa sobreadaptación o sometimiento.

No quiero concluir sin anotar, aunque sea de un modo esquemático, unas pocas reflexiones. El miedo al binomio adversidad-fracaso, definido como una misma cosa esta ligada a la desesperanza que como hemos estudiado prologa a la apatía, la tristeza y el aburrimiento. No esperar nada positivo, frena cualquier aventura creativa, y esa tendencia pesimista ensombrece cualquier alternativa inaugural (porvenir) llevando a un letargo que no sólo posterga el progreso, el desarrollo y los beneficios sino también coarta la alegría. Aquella que es indispensable que forme parte de la arquitectura de la felicidad posible.

 

Dr. José Eduardo Abadi

Médico psiquiatra, psicoanalista y escritor

www.facebook.com/joseeduardoabadi

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