(…”Renueva (Dios) nuestros días…” , Lamentaciones 5:21).
Hay instantes en el año en que el reloj deja de marcar las horas y empieza a marcar la vida. Momentos en el que la prisa se rinde, el corazón se desnuda… y el alma busca su voz.
La tradición judía nos interpela pronto con uno de estos tiempos liminales y los llama “iamim noraim”: “Rosh HaShaná” y “Iom Kipur”, el Año Nuevo y el Día del Perdón. Pero los nombres importan poco: lo que importa es la experiencia.
Es el tiempo en que el ser humano recuerda que puede empezar de nuevo. Que no está atado a su pasado. Que pedir perdón no es derrota, sino valentía. Que agradecer no es una costumbre “por default”, sino un arte.
Es el tiempo en que uno se sienta frente al espejo interior y, sin excusas, se pregunta: ¿Quién soy?, ¿A quién lastimé?, ¿Qué sueños dejé dormidos?, ¿Qué vida quiero escribir en lienzo de mi existencia?
No es una fiesta. No es un ritual. Es una grieta luminosa en el calendario, una hendidura en la rutina por donde se cuela la posibilidad de re-nacer.
Y aunque se origina en el pueblo judío, pertenece a todo ser humano. Porque todos compartimos la misma fragilidad y la misma esperanza. Porque todos sabemos lo que significa equivocarse. Y todos intuimos lo que significa volver a elegir.
Aquí, donde el verde abraza los caminos y el agua refleja los cielos, los iamim noraím resuenan como un recordatorio silencioso: cada vida puede volverse espejo de algo más alto, más noble, más humano.
La invitación, entonces, está abierta. A creyentes y a no creyentes. A los que rezan y a los que buscan. A los que dudan y a los que confían.
Y la invitación es simple…y radical: detenernos, reconciliarnos, agradecer y…¡volver a empezar!
Porque la mayor promesa del judaísmo, y quizá de toda espiritualidad, no es otra que esta: la vida siempre puede renacer.
Con el deseo de Shaná Tová, un año pleno de renovar-nos para el bien.
Rabino Gabi Pristzker
Judaica Norte