Estos estados emocionales negativos coinciden en varias de sus características pero se diferencian en otras. Podemos pensar desde una observación psicoanalítica la tristeza y el duelo como afectos o estados normales que surgen frente a situaciones dolorosas. Y la melancolía, que comúnmente llamamos depresión, como un estado patológico de la mente.
El duelo es una reacción frente a la pérdida de una persona amada o una abstracción que haga las veces de ese objeto de amor, como pueden ser los ideales, la patria, la libertad, etc. Se trata de un sentimiento penoso que se despierta por la pérdida que da lugar a un malestar en quien lo padece. Situación que durará un tiempo considerable hasta que se logre elaborar el dolor por lo perdido.
De un modo similar podemos entender la tristeza como un serie de estados en que el dolor psíquico aparece por la significación negativa que una determinada situación puede tener para quien la sufre. A diferencia de estos estados dolorosos normales como el duelo y la tristeza, la depresión (o melancolía) es un trastorno mental que puede variar en su gravedad.
Según la Organización Mundial de la Salud se calcula que esta patología afecta a más de 300 millones de personas en el mundo (y sigue en aumento), y es considerada la principal causa mundial de discapacidad. Ésta enfermedad psíquica tiene cura pero en ocasiones puede llevar al suicidio, que se encuentra hoy como la segunda causa de muerte en el grupo etario de 15 a 29 años.
La depresión surge a raíz de idénticas influencias de pérdidas como las que desencadenan el proceso del duelo, pero por una predisposición enfermiza de quien sufre esa situación, en lugar de dar lugar al duelo aparece la depresión, que posee características similares pero que se diferencia en otras que la convierten en un estado patológico, que puede presentarse de un modo leve a uno severo.
Las características que comparten el duelo y la melancolía son la cancelación del interés sobre el mundo exterior junto a una desazón dolorosa, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda posibilidad productiva. Pueden aparecer también ansiedad, insomnio, falta de apetito, descenso de peso, entre otras. Pero se diferencian en un punto sustancial que inclusive pudiera ser el que convierte en patológico al estado depresivo. En la melancolía existe una rebaja del sentimiento de sí que se manifiesta en autorreproches y autodenigración, que pueden llegar a ser tan graves como para presentarse una delirante expectativa de castigo.
La persona que está atravesando un duelo no cuenta con sus capacidades productivas ni emocionales para ocuparse de otra cosa que no sea el objeto perdido. Esta situación puede parecer patológica, pero como se dá sólo durante un breve período mientras dura el proceso, y quien lo está sufriendo recupera progresivamente sus anteriores habilidades, se lo considera un estado doloroso normal. Existe la posibilidad de que este proceso normal se convierta en patológico. Se trata de las ocasiones en las que en lugar de avanzar hacia el desgaste de los recuerdos del ser perdido, quien lo sufre parece quedar estancado en un mismo lugar, paralizando su vida, con una sensación de tristeza que con el tiempo puede transformarse en una depresión.
Una recuperación progresiva no suele presentarse en la melancolía o depresión. Aquí será necesario, luego de un diagnóstico atinado, elegir un tratamiento adecuado para buscar la salida de este dolor. El trabajo del duelo requiere mucha energía, por ello la atención se centra en esa necesidad, y consiste en desgastar uno a uno los recuerdos del objeto perdido. Una vez terminado este proceso la persona va recuperando su libertad frente al dolor, y vuelve a conectarse con la realidad exterior.
En el caso de la melancolía suponemos una pérdida similar a la que daría lugar al duelo, pero parte de esa pérdida no es reconocida por el enfermo, es decir, no es consciente. Y es esta parte la que llevaría al melancólico a tal estado de inhibición (es considerada una discapacidad según la OMS). De aquí también entendemos los grandes autorreproches que se infligen junto a un progresivo empobrecimiento de sus capacidades.
Quien está deprimido siente que es indigno, moralmente despreciable, se reprocha y denigra por todo su malestar, y espera castigo de sí mismo y de los demás. Se humilla ante todos y no se siente merecedor del amor y de los cuidados de los otros. Incluso su situación probablemente lo lleve a estar más necesitado de la atención de quienes lo rodean, lo que genera mayor malestar y necesidad de ser castigado. Inclusive lleva su desprecio hacia el pasado creyendo que nunca ha sido bueno ni respetable. Se crea así un cuadro de delirio de insignificancia, predominantemente moral, acompañado de desgano, insomnio, repulsa del alimento y descenso de peso en la mayoría de los casos. En ocasiones los autorreproches pueden llevar a ideas suicidas que, lamentablemente, pueden realizarse. Esta situación es muy difícil no sólo, aunque principalmente, para quien padece esta enfermedad sino para quienes lo rodean, ya que sienten que todo esfuerzo por ayudarlo es en vano.
Existen otras patologías en las que suponemos una depresión de base, como en casos de obesidad, consumo de sustancias y otras adicciones. Aquí no aparece el cuadro depresivo como en la melancolía, pero podemos observar algunas características similares como la pérdida de interés por el resto del mundo más allá del objeto elegido de la adicción, y el daño hacia sí mismos, sean conscientes de ello o no, como prueba de tendencias sádicas vueltas hacia su persona.
En la melancolía observamos cómo una parte de la persona ataca a otra parte, se critica a sí mismo, como si fuera otra persona. Esa parte que ataca se llama conciencia moral y pone en tela de juicio al propio yo. Si vemos con mayor detenimiento encontramos que las quejas sobre la persona propia del melancólico coinciden menos con sí mismo que con la persona que ama, ha amado o amaría. Entonces el proceso que se deduce es que los autorreproches en realidad son reproches hacia la persona que ha desencadenado el sentimiento de pérdida, que en lugar de generar un proceso de duelo, ha llevado a la depresión.
Podríamos describir el proceso melancólico como que hubo un desengaño por parte de la persona amada que provocó una desestabilización del vínculo. El resultado no fue el normal sino que tras una identificación con esa persona, el depresivo traslada hacia sí mismo el enojo y el dolor que siente por el otro, manifestándolo con permanentes autoreproches y necesidad de castigo. Se odia todo lo que odia al otro que lo llevó a este dolor.
Otra característica del automartirio es el componente sádico que conlleva. Tanto odio a sí mismo, tanto odio hacia el otro vuelto hacia uno mismo, proviene de tendencias sádicas y de odio existentes en quien se deprime. De estas tendencias proviene la inclinación al suicidio que hace a la melancolía una patología peligrosa.
Una peculiaridad de la melancolía es la posibilidad de transformarse en su contrario, en manía, que es un estado de ánimo que presenta los síntomas opuestos. No siempre sucede esta traslación. Se conoce a este fenómeno con el nombre de trastorno bipolar. Éste se caracteriza por presentar episodios maníacos y depresivos separados por intervalos con un estado de ánimo normal. La característica del estado maníaco es un ánimo elevado o irritable, con hiperactividad, logorrea, autoestima excesiva y disminución de la necesidad de dormir.
El duelo se trata de un proceso normal frente a una pérdida real del objeto de amor. En cambio se entiende la melancolía como el resultado de una historia compleja de un vínculo de amor, que con gran ambivalencia de amor y odio, y junto a amenazas persistentes de abandono o desamor por parte del otro, se ha desencadenado este cuadro patológico. En la melancolía se supone una historia de batallas parciales con el otro, enfrentados con amor y odio, con un desenlace de gran sufrimiento. Tras estas batallas más perdidas que ganadas, el melancólico abandona finalmente al objeto amado/odiado, trasladando el conflicto al interior de su persona, odiando ahora a una parte de sí mismo, que recibirá todo el maltrato que despertaba antes el otro al que abandonó.
Este cuadro patológico puede ser de moderado a grave y existen distintos tratamientos según la necesidad del paciente. Suelen combinarse tratamientos psicológicos o psicoanalíticos con atención psiquiátrica con uso de medicamentos. Es imprescindible un buen diagnóstico y un adecuado seguimiento del paciente en la combinación de los tratamientos que sean necesarios, y considerar el posible desenlace fatal del suicidio que convierte a esta enfermedad en peligrosa, pero que con un tratamiento adecuado puede curarse.
Lic. en psicología Constanza Bonelli
Consultorios en Nordelta y Belgrano: 4871-6634 / 156-272-2973
UBA matrícula 31906
Candidata de la Asociación Psicoanalítica Argentina
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