El mentir y la mentira

Nota Publicada originalmente en Junio de 2013

Por José Eduardo Abadi

¿Por qué una persona miente, esconde la verdad, distorsiona los hechos para que adquieran otro significado u omite datos significativos para oscurecer su comprensión?

El origen de la mentira es pluricausal y a veces multideterminado, de manera que responde a distintas causas y genera diversas consecuencias de índole y calibre variado.

Algunas veces se miente para proteger la propia autoestima que, como sabemos, es un aspecto esencial en lo que hace a la valoración de la identidad y cuando se supone que lo que podría quedar revelado afectaría la propia imagen degradándola frente a la mirada de los otros, que actuarían como jueces, se teme que el resultado sea la desvalorización y la marginación. Esto dispara la angustia que recurre como método defensivo a disfrazar la realidad y sentirse entonces protegido. Prefiere engañar -aún cuando sepa que es una acción criticable- a imaginar la pérdida de una posible pertenencia y aprecio que supone lo dejaría solo y aislado.

Otras veces la mentira responde a formas de sometimiento que parte de un prejuicio que consiste en creer que aquello que sabemos como cierto se revela o desacata el imperativo de un poder que exige una credulidad ingenua o la proclama de sus falacias.

Dicho en otras palabras: por miedo doy fe a lo que no es verídico.

Quiero señalar que estos pactos agresivos también tienen lugar en las relaciones interpersonales íntimas. El abuso, y esto ha sido largamente estudiado, utiliza el engaño y la impunidad como alguna de sus herramientas preferidas. Lo denominamos daño psicológico.

Este binomio victimario-víctima produce en la última un sentimiento de humillación que la lleva a síntomas inhibitorios, a dudas constantes sobre sí mismo así como hasta a formas depresivas.

En varios vínculos el mentiroso cuenta con la complicidad inconsciente del otro que nos anima a desenmascarar la situación y elige neuróticamente apagar su percepción. Queda atrapado en un lugar alienado.

Pero más allá que se rompa o no ese pacto, por algún resquicio siempre se cuela lo que se pretende tapar y para forzar el status quo se requiere destinar una energía que va en desmedro de las auténticas potencialidades que el engañado podría utilizar.

No voy a referirme en esta nota a las famosas ¨mentiras piadosas¨ y ni a formas que pueden recibir el nombre de sincericidio, donde detrás de un supuesto decir la verdad se esconde un impulso agresivo o una agresión tajante. De esto hablaremos en otra oportunidad.

Pero no quiero terminar esta nota sin hacer mención a dos puntos que son interesantes y delicados.

El primero es un trastorno de la personalidad que llamamos psicopatía, donde el individuo carente de una instancia normativa, crítica, observadora de la propia conducta y sin angustia señal y sentimiento de culpabilidad hace de la manipulación y la mentira una conducta repetida. Son sociópatas y en la actualidad observamos su presencia en nuestra sociedad con una frecuencia inédita donde el daño que realizan se hace es palpable.

El otro punto es la mentira social donde en sociedades que impera la falsedad se hace muy difícil o casi imposible construir una comunidad.

Y no olvidemos que es esta última la que sostiene el desarrollo integral de un país.

La desconfianza anula la construcción de los lazos y puentes que conforman redes comunitarias sólidas y creativas. Son estas las que permiten plasmar la circulación de lo que hoy llamamos amistad cívica y el respeto de los derechos del semejante.

Médico Psiquiatra – Psicoanalista Escritor

www.joseeduardoabadi.com.ar

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