
La chantada, que a veces el lunfardo llama berretada, minimiza a los objetivos considerados meritorios con un escepticismo y con una indiferencia que hace que lo valioso parezca sólo una apariencia o directamente un engaño.
El chanta, carece naturalmente de autoexigencia, responsabilidad (dar respuesta por lo que se dice o hace) y tiene una conciencia crítica harto liviana que habilita con llamativa soltura las infracciones, o si prefieren, aquellas cosas realizadas de forma insuficiente. Los resultados por lo tanto no solamente son ajenos a la excelencia sino precarios y a veces peligrosos.
Detrás se esconde la inseguridad vestida con diferentes ropajes: corrupción, prepotencia y una patética pretensión omnipotente. Nada más lejos de la potencia creadora.
La apología del verbo zafar es una de las banderas elegidas.
La culpa vive en el exilio y no se toma conciencia de lo limitante que es para el propio individuo. Por otro lado, cuando se expande en la sociedad favorece horizontes mediocres que desalojan al merito y al crecimiento. No cabe duda y es interesante estudiar la relación que existe con la dificultad de construir una comunidad consistente, pilar calificado de una estructura republicana. ¿Por qué? Porque la miopía inherente a esta caracteropatía social nos aleja del ejercicio de la verdad y por lo tanto de la ley, la sanción y la justicia.
Se puede, pero que hay que quererlo sinceramente y no sólo desearlo pasiva y cómodamente, cambiar ese paisaje y entonces transformar ese conformismo dañino en un proyecto que enriquezca la autoestima, inspire la solidaridad y sepa que la noción de riesgo no es lo mismo que la de peligro; y que la adversidad no es sinónimo de fracaso.
Cuando se consiguen plasmar estas transformaciones se observa algo que he planteado en anteriores trabajos: disminuye la envidia y la difamación. Como corolario nace la capacidad de admirar a quien lo merece y por lo tanto aprender y desarrollarse.
Dr. José Eduardo Abadi
Medico-Psiquiatra-Psicoanalista
 
				
 
	 
	 
	 
	 
	
