21 de septiembre: Sumemos conciencia sobre el Alzheimer

Según Mayo Clinic, de los 55 millones de personas con demencia en el mundo, entre el 60% y 70% padecen Alzheimer. La Dra. Daniela Sosa, neuróloga de DIM Centros de Salud, explica que es una enfermedad progresiva que afecta la memoria, el pensamiento, el juicio y la capacidad de aprendizaje. Su causa se desconoce, aunque los factores genéticos influyen: entre el 5% y 15% de los casos son hereditarios. Además, las mujeres presentan mayor riesgo que los hombres, por su mayor longevidad y factores hormonales y genéticos aún no esclarecidos.

El 95% de los pacientes desarrolla esta patología después de los 65 años, lo que se conoce como la forma de inicio tardío. Solo el 5% presenta la forma de inicio temprano, que generalmente aparece entre los 40 y 60 años. La Dra. señala que la edad avanzada es el principal factor de riesgo para el Alzheimer, y su incidencia aumenta significativamente a partir de los 65 años, afectando del 5 al 10% de la población por encima de esta edad.

21 de septiembre: Sumemos conciencia sobre el Alzheimer

Primeras señales de alerta y evolución

El síntoma temprano más común es la dificultad para recordar información recién aprendida porque los cambios ocasionados generalmente comienzan en la parte del cerebro que afecta al aprendizaje, con progresivos defectos en asimilar nuevos procesos, así como en el almacenamiento de la información, disminución del recuerdo diferido y olvidos rápidos.

A medida que avanza en el cerebro, agrega la especialista, se agravan los síntomas, entre ellos, la desorientación; cambios en el humor y el comportamiento; confusión cada vez más grave en relación con eventos, horas y lugares; sospechas infundadas sobre familiares, amigos y cuidadores profesionales; pérdida de memoria y cambios en el comportamiento más graves, y finalmente, dificultad para hablar, tragar y caminar.

La mayoría de los pacientes evolucionan en tres típicas etapas, leve, moderada y severa, cada una de ellas caracterizadas por atributos cognitivos, conductuales y funcionales característicos, transitando desde pequeñas fallas en la memoria episódica hasta la discapacidad física y mental completa, con severo compromiso de funciones básicas como alimentación, aseo, deambulación, etc.

Diagnóstico temprano: la mejor herramienta

El diagnóstico se basa en los síntomas y en los resultados de una exploración física, pruebas del estado mental, análisis de sangre y pruebas de diagnóstico por imagen. Es fundamental que el paciente consulte al especialista en neurología, si es posible en compañía de algún familiar, conviviente o conocido que pueda aportar datos de la vida diaria del mismo.

Se realizará un exhaustivo examen neurológico y se solicitarán estudios de neuroimagen, evaluación neurocognitiva y laboratorio que permitan por otro lado descartar diagnósticos diferenciales. Existen criterios (cómo los de NINCDS-ADRDA) que permiten realizar el diagnóstico de enfermedad de Alzheimer Probable, Posible, Definitiva (se requiere de biopsia cerebral, por lo que no es habitual el diagnóstico definitivo en vida), o Improbable.

Cualquier persona que experimente síntomas similares a los de la demencia debe visitar a un médico inmediatamente. El diagnóstico temprano y los métodos de intervención mejoran notablemente, y las opciones de tratamiento y fuentes de apoyo pueden mejorar la calidad de vida.

Acompañar en familia y cuidar al cuidador

En el Alzheimer, el entorno familiar se ve profundamente afectado, ya que el paciente suele tener poca conciencia de su enfermedad y depende de familiares para consultar al médico. A medida que avanza, requiere ayuda en actividades básicas como alimentación, higiene, vestido y movilidad, y pueden aparecer trastornos de conducta como agresividad o excitación. Es importante brindar información al entorno y evitar confrontar al paciente. Cuando los cuidadores se ven sobrepasados, puede ser necesario recurrir a hogares con personal especializado que brinde asistencia 24 horas.

Medidas de apoyo en el hogar

Crear un ambiente seguro y de apoyo es muy beneficioso. El ambiente debe ser luminoso, agradable, seguro y estable, además de estar diseñado para facilitar la orientación. Es beneficioso que haya algo de estimulación, como un aparato de radio o un televisor, pero se debe evitar una estimulación excesiva.

La organización y la rutina ayudan a mantenerse orientadas y les aportan sensación de seguridad y estabilidad. Debe explicarse de manera clara y simple cualquier cambio en el entorno, rutina o cuidadores.

La repetición de una única rutina diaria para tareas como bañarse, comer o dormir ayuda a las personas con Alzheimer a recordar. Una rutina regular a la hora de acostarse también ayuda a dormir mejor.

 Las actividades programadas siguiendo una base regular favorecen la sensación de independencia y utilidad, al concentrar la atención en tareas agradables o provechosas. Entre estas actividades se deben incluir actividades físicas y mentales. Las actividades deben dividirse en partes más pequeñas o simples a medida que empeora la demencia.

Tratamientos disponibles y líneas de investigación

En la actualidad, el Alzheimer no tiene cura, pero hay tratamientos para los síntomas disponibles y se continúa investigando. Si bien los tratamientos actuales no pueden detener el avance de la enfermedad, pueden ralentizar por un tiempo el empeoramiento de los síntomas y mejorar la calidad de vida de las personas con Alzheimer y sus cuidadores.

A partir de algunos estudios contra placebo se ha demostrado el beneficio de tratamiento farmacológico con sustancias que actúan modificando la neurotransmisión cerebral, como los inhibidores de colinesterasas (donepecilo, rivastigmina, galantamina) en etapas iniciales y moderadas y los moduladores del glutamato como la memantina en etapas moderadas a avanzadas.

Otros fármacos se utilizan para controlar algunos síntomas que suelen asociarse a la enfermedad, como las alteraciones conductuales, los trastornos del ritmo sueño vigilia y las alucinaciones. Ejemplos de éstos son los neurolépticos atípicos como la quetiapina, los inhibidores de recaptación de serotonina como la fluoxetina o los hipnóticos como el zolpidem. Entre las opciones no farmacológicas se destaca la estimulación cognitiva o talleres de memoria y el ejercicio físico aeróbico regular.

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