Por Mercedes Cordeyro
Esta semana se vió atravesada por la confirmación de la condena firme de la ex presidente Cristina Fernandez de Kirchner. Esto desencadenó innumerables páginas, chat y posteos escritos así como horas de audiovisual hablando del tema en apoyo a la condena y en disidencia también.
No importa el color político, hay ciertas cosas que están bien o están mal sea en el ámbito que sea. Robar está mal. Punto. En el ámbito de la política, en donde se supone que se busca trabajar para el bien común el agravante es aún mayor.
Hubo un tiempo en que la política era sinónimo de transformación. Donde las palabras “servicio público” no eran una fórmula vacía, sino un mandato ético. En la Argentina actual, ese ideal parece cada vez más lejano. La desconfianza ciudadana, alimentada por décadas de desencuentros, promesas incumplidas y gestos de impunidad, ha erosionado la legitimidad de la política como herramienta de cambio. Pero, ¿es la política la que falló, o quienes la ejercen?
Esto me llevó a reflexionar cómo podemos lograr la reconstrucción pendiente de la política Argentina y para esto me pregunto ¿Qué convierte a una persona en un buen político?
Ya se, en la Argentina, hemos llegado a un punto en el que preguntarse esto parece casi ingenuo. Pero, si no recuperamos esa pregunta, y si no la respondemos con urgencia y claridad, seguiremos transitando un camino donde la política pierde sentido, y con ella, se desvanece la esperanza de construir un país más justo. Y lo que es peor, la sociedad cae en una abulia que difícilmente podrá ser recuperada.
La política como herramienta de transformación
Hubo un tiempo —no tan lejano— en que la política se entendía como una vocación de servicio, una herramienta de cambio y un espacio de representación colectiva. En la calle, en las plazas, en los barrios, todavía quedan rastros de esa convicción. Sin embargo, el desencanto fue avanzando a fuerza de promesas rotas, privilegios acumulados, discursos vacíos y escándalos sin consecuencias.
Hoy, la política parece girar más en torno a la construcción de poder personal que al bienestar colectivo. La corrupción viene borrando la esencia de la misma. Y sin embargo, lo público —lo que es de todos— sigue dependiendo de decisiones políticas. Por eso, es fundamental volver a preguntarnos: ¿Qué hace a un buen político?
Las cinco cualidades esenciales de un buen político
- Vocación de servicio: El bien común, el menos común de los bienes. No se trata de una frase hecha ni de campaña. Se trata de la voluntad real de trabajar por los demás, incluso cuando no es rentable ni popular.
- Coherencia entre discurso y acción: No hay liderazgo posible si las palabras no se traducen en hechos. Prometer sin cumplir es una forma de violencia simbólica. Y decir una cosa y mostrar con el accionar otra completamente contraria.
- Capacidad de escucha y empatía: Si, ponerse en el lugar del otro. Un buen político camina, escucha, aprende. No gobierna desde un despacho sino desde el contacto cotidiano con las necesidades reales.
- Ética pública: La transparencia no es una opción; es una obligación. Rendir cuentas, mostrar los números, justificar las decisiones: ese debería ser el ABC de todo funcionario.
- Búsqueda de consensos: La Argentina no necesita más tribunas, necesita puentes. Gobernar no es dividir, es integrar. Estamos tan lejos de esto. Cada vez gritamos más fuerte, en lugar de aprender de grandes líderes que desde la humildad lograron extraordinarios resultados.
La política no se va a recuperar sola. Requiere del compromiso de todos: de quienes la ejercen, de quienes la analizan, de quienes la sufren y de quienes aún creen. No se trata de idealizar a nadie, sino de exigir lo mínimo indispensable: honestidad, empatía, capacidad de gestión, y un horizonte común.
Quizás el desafío más grande no sea inventar otra política, sino volver a creer en la política como lo que realmente es: una herramienta para transformar la realidad en nombre del bien común.
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