Por Ezequiel Fejler
Esa sensación persistente de no ser lo suficientemente capaz, a pesar de la evidencia de tus logros, tiene nombre: síndrome del impostor. Lejos de ser un fenómeno aislado, afecta a alrededor del 70% de las personas en algún momento de su vida, sin importar su formación, trayectoria, cargo o experiencia.
Lo curioso, y muchas veces desconcertante, es que este sentimiento no desaparece con más títulos, reconocimientos o años de carrera. Porque el síndrome del impostor no se trata de lo que hiciste, sino de cuánto te permitís creer que lo merecés.
Como explica Paula Echeverría, especialista en Terapia Transformacional Rápida certificada, este síndrome se presenta cuando una persona tiene dificultades para interiorizar y apropiarse de sus propios logros, sintiéndose, en el fondo, como un “fraude” a punto de ser descubierto.
Están los perfeccionistas que se fijan expectativas extremadamente altas, y aunque cumplan el 99,99% de sus objetivos, se sienten fracasados o no preparados para la tarea. Cualquier pequeño error les hará cuestionar su propia capacidad, en lugar de capitalizar el aprendizaje.
Los perfeccionistas buscan constantemente nuevas formaciones para mejorar sus habilidades. O necesitan conocer todos los detalles antes de embarcarse en un proyecto. No se trata de que esté mal la previsión o el estudio, sino de aceptar que a pesar de ello nunca estarán todas las variables cubiertas.
También están los que no aplican a un puesto de trabajo si no cumplen absolutamente todos los criterios del anuncio. O prefieren quedarse callados en una reunión, antes de quedar mal parados. En definitiva, el perfeccionista se esfuerza y la pasa bastante mal, porque piensa que nada de lo que sabe es suficiente.
También están los solitarios que tienden a realizar todo solos, porque si tienen que pedir ayuda se sienten menos y quedará en evidencia su desconocimiento. Son superpoderosos que le demuestran al mundo que ellos pueden solos y de ninguna manera son impostores.
Mujeres a la cabeza
Si bien el síndrome del impostor es común a todos o casi todos, en algún momento de su vida, en el caso de las mujeres esta propensión es significativamente mayor que en hombres.
De acuerdo a una encuesta de KPMG, tres de cada cuatro ejecutivas confiesan haber experimentado este síndrome en algún momento de sus carreras. También está estudiado que las mujeres requieren del casi 100% de los skills para presentarse a un puesto de trabajo, mientras que los hombres con algo más del 70% ya se sienten capaces de hacerlo.
¿Por qué sucede esto? Podemos pensar varios acercamientos. Uno de ellos tiene que ver con cierta presión para ser humildes, lo que hace más complejo reconocer sus logros y celebrar su éxito.
La inseguridad también puede ser una razón, basada en que, hasta hace algunos años, no había tantos modelos femeninos exitosos y la presión por demostrar su valía en entornos masculinizados puede aumentar la inseguridad de las mujeres.
Otro de los factores puede ser el machismo, la presión por la perfección hacia las mujeres en todos los ámbitos de la vida, lo que puede llevar a la autocrítica y a sentir el síndrome del impostor.
Cómo enfrentarlo
Más allá de la importancia de visibilizar este síndrome y encontrar algunas de las posibles razones, lo importante es poder pararse frente a él y poder desarmarlo, o al menos lograr que no sea una traba importante en el trabajo u otros órdenes de la vida.
Entre otras alternativas, la Terapia de Transformación Rápida (RTT por sus siglas en inglés) permite llegar a la causa raíz del síndrome. La idea, allí, es comprender cómo, porqué, dónde y cuándo se incorporaron esos pensamientos, y a partir de ellos lograr una «reprogramación» de la mente para poder afrontar los desafíos sin sentirnos menos.
También existen otros consejos y recursos que vale la pena tener en cuenta. Uno de ellos es el famoso «paso a paso», inmortalizado por el técnico Mostaza Merlo en Racing. No pretender saber todo desde el inicio de un proyecto, trabajo, etc., sino entender que uno va viendo lo que tiene adelante, resolviendo, y en ese paso a paso muchas veces se construyen grandes resultados cuando se observa el panorama completo al final de la historia.
El otro consejo es aceptar que uno nunca termina de saberlo todo, por más masters y doctorados que se atesoren. Aceptar, por ende, que uno siempre es un aprendiz, que no tiene por qué saber todas las respuestas de antemano y que siempre se podrá conocer algo nuevo, aprender de otros y de otros temas.
Por último, y no menos importante, a veces ayuda tener a mano, para acallar al síndrome del impostor, un «cofre» propio de logros y éxitos en la materia que nos compete, como para poder enfrentar las dudas con resultados concretos que avalan nuestra capacidad de hacer lo que pretendemos.
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