A finales de cada año calendario para no desobedecer el ritual que nos impone la costumbre, hacemos una evaluación y estimación de lo vivido en el año transcurrido y de aquello que esperamos en el próximo.

La premisa esencial, básica, es nada menos que aprender a convivir, lo que implica reconocer que hay un otro, un semejante y que aquello que justamente define lo propio del ser humano es desarrollar los aspectos sanos, amorosos, solidarios, justos y entonces condenar y superar aquello que asoma como destructivo, voraz, tanático, que pueda habitarnos.
Es así que podemos construir una comunidad con normas que habiliten una confianza que haga que la creatividad, seguridad y desarrollo se potencien.
El partido al que la historia pondrá un título nefasto que no llegó a jugarse entre river y boca evidencia mucho de esto.
Más allá del dolor, frustración, vergüenza, papelón internacional con que un grupo de delincuentes atacó ferozmente a un equipo adversario y superó casi burlando a las fuerzas de seguridad dejó abiertas varias preguntas: ¿tendrán alguna vez los culpables una sanción? ¿hemos llegado a minimizar y naturalizar lo inadmisible? ¿las complicidades entre bandas mafiosas y corruptos por doquier son un bastión eterno, inexpugnable? ¿estaremos tan dolidos y decepcionados que acaso pensamos que la armonía y la justicia (diké) son sólo una ilusión?
Espero y pienso que debemos comprometernos y trabajar para no someternos a la barbarie, el abuso, la impericia, el salvajismo y la estupidez. Para percibirnos lo suficientemente lúcidos y potentes, para curar las heridas y mirar con dignidad el mañana.
José Eduardo Abadi
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