La gran familia de la Navidad Compartida

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Ana Leech Ibarra hace 12 años que vive en Castores con su familia. Es madre de seis hijos: Joaquín (15), los mellizos Tomás y Trinidad (13), Felicitas (12), Marcos (10) y Paz (7). Todos asisten al Cardenal Pironio, de modo que esta vecina probablemente participe de todos los grupos de Whatsapp de padres del colegio, como también es posible que se levante por el dolor de panza de la más chiquita y a las dos horas tenga que ir a buscar al más grande a una fiesta de 15. Sobre su rutina, asegura que nada sería posible sin Daniel, su marido, con quien hacen un gran equipo. Pero lo que nos convoca en esta oportunidad es la participación de la familia Ibarra en la ya famosa Navidad Compartida de la Fundación Nordelta, de la que forman parte desde su llegada a la ciudad pueblo.

Sobre lo que los condujo a incursionar en esta actividad solidaria, Ana explica que comenzó mucho antes de su llegada a la zona: “Desde que nos casamos, con Daniel buscábamos algún modo de ayudar, siempre formó parte de nuestras vidas. En Belgrano hacíamos La Noche de la Caridad; cuando llegamos acá, nos encontramos junto a otras familia con la expectativa de lo que iba a suceder en una ciudad tan joven y comenzamos a armarnos.” En esos tiempos Ana se enteró de la fundación, también incipiente, “entonces agarré la bicicleta, le di por la Troncal, me fui para la salida de Benavídez (donde estaban al principio) y me presenté para dar una mano.” Cuando recuerda estos momentos, cae en la cuenta del crecimiento de aquel proyecto y expresa emocionada: “uno aprende a querer y hacer propias estas cosas, la sensación es de orgullo. Ver crecer, crecer bien y acompañar”. Sobre la actualidad de la fundación, asegura que este sentimiento de familiaridad y pertenencia no ha cambiado a pesar de la mayor convocatoria: “Los integrantes de la fundación son de un carisma particular, Sylvina Gonzáez Venzano recibe a las voluntarias hoy en día y te hace sentir tan a gusto que la permanencia es inevitable. Y también es lo que genera el ayudar… La fundación, si vos tenés ganas de estirar la mano, te lo permite y participar en esto te da mucha plenitud.”

Su tarea siempre se vinculó directamente con las cajas de Navidad. “Empezamos con 200 familias, 200 cajas, muy pocas ahora, muchas en ese entonces. Hoy estamos en 700. El avance y el crecimiento no se pueden creer. Hoy como institución crecimos y el voluntariado, aunque con rotación, también”. Sobre sus primeras intervenciones en el proyecto recuerda: “La Navidad Compartida me pareció tan linda… en ese entonces tenía a mis hijos de 3 y 2 años y ya los involucraba.”

Aunque la actividad solidaria sea ya conocida por los vecinos de Nordelta, vale la pena recordarla cada año. Y sobre todo en este caso, aprovechar la descripción que pueda brindar Ana, que la vive, la abraza y la espera hace 12 años: “La Navidad Compartida es preparar una carta con un deseo a otra familia e incluirla en una caja con alimentos no perecederos. Pero lo más importante es pensar en el sentimiento del destinatario en Las Tunas… que lean la carta, que vean la decoración y la dedicación en la caja que reciben. Después si hay arroz o puré, pasa a un segundo plano. De hecho, las cajas muchas veces son conservadas por las familias para guardado, permanecen en una casa por un tiempo indeterminado, cosa que nos debe incentivar. Esto es lo que yo siempre quiero inculcar en el momento de la preparación. Y cuando suenan las 12, es muy lindo leer la carta que nos llega a nosotros… en el momento en que brindamos, también levantamos nuestras copas por una familia que acabamos de conocer.” A su vez, Ana menciona que la entrega de cajas en La Casa de Fundación Nordelta en Las Tunas resulta una instancia emocionante y especial.

Lo bueno también se contagia

Desde el primer año que la familia Ibarra encaró la actividad, procuró realizarla con sello personal, “la decoración al principio era más sencilla… pero los chicos siempre participaron, la pintaban con deditos, manitos. Después, al crecer, comenzaron a elaborarla un poco más. Hoy en día, nos peleamos por tener mayor cantidad de cajas. Todos esperan el momento: la arman, la pintan, escriben la carta. También empezó a ocurrir que los amigos quieren participar, se contagian y eso es lo más lindo. Es todo una secuencia, uno va de a poco: primero recibimos la caja, conocemos a la familia a través de una ficha, vemos cómo está conformada. Entonces vamos a comprar los alimentos, pintura, papel de regalo. Y de repente, te sentás a escribir una carta y a pensar en la persona que te va a leer. Que los chicos crezcan con esto, resulta genial. Son ellos los que después van a seguir con esto, me parece tan importante que se involucren con responsabilidad y piensen en el otro. Para mí, esto abre el corazón y es una linda forma de inculcarles el valor de compartir. Desde este lugar, todo fluye y enorgullece”.

A partir de noviembre la comunidad del Cardenal Pironio podrá ver a Ana en el estacionamiento bien temprano, con una caja gigante sobre el techo de su auto. Cuando las personas se van acercando, se les asignan las familias, se les entrega la caja y se les explica de qué va la actividad si es la primera vez que la realizan. Por otro lado, en los colegios que adhieren, cada clase decora una caja destinada una familia en particular. Ana recalca que desde la fundación es importante darles un espacio especial a los adolescentes que siempre ponen el cuerpo en el traslado de las cajas y, de este modo, lograr también que ellos se sientan orgullosos de lo que están emprendiendo.

Para concluir, Ana deja a la comunidad un mensaje para invitar a todos a participar de la Navidad Compartida que se aproxima: “El proyecto da energía. No nos perdamos esta posibilidad de sentirnos bien. Yo les doy gracias a las mamás de Las Tunas porque he aprendido mucho de ellas, al ver la garra que le ponen a las cosas. Esta actividad es un ida y vuelta. De corazón a corazón se produce un intercambio”.

Por Sofía Moras

GOTA:

Fundación Nordelta

4871-3751/82

info@fundacionnordelta.org

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